Bogotá Gris Metal - Sara Fernández Rey
ISBN 978-958-9233-57-3
Colección Los Conjurados
comunpresencia@yahoo.com
Obra pictórica: Eduardo Esparza
(Galicia, Marín, España). Desde los diez años vive en Andalucía. Licenciada en medicina. Luchó varios años contra Franco y tuvo juicio en el Top (Tribunal de Orden Público), organismo que juzgaba los delitos políticos.
Visitó por primera vez Cuba en el año 83, década de bonanza, pues este país había entrado en el Mercado Interno con la Unión Soviética. En el año 91 decidió dejar la medicina asistencial y dedicarse a la Cooperación y Ayuda Humanitaria; para ello fue a La Habana a especializarse en Medicina Tropical, Salud Pública y Epidemiología. Desde entonces, cada año, ha pasado cuatro meses en la isla, alternando esas estadías con sus contratos en varios países de África y visitas a España. Un guión suyo fue seleccionado por el Festival de cine del la Habana, 2005. Realizó un taller de narrativa de la Cátedra Onelio Jorge Cardoso, del Centro de Estudios Iberoamericanos. Recibió una mención en el concurso interno del taller de la Universidad Central, Bogotá (2008).
Visitó por primera vez Cuba en el año 83, década de bonanza, pues este país había entrado en el Mercado Interno con la Unión Soviética. En el año 91 decidió dejar la medicina asistencial y dedicarse a la Cooperación y Ayuda Humanitaria; para ello fue a La Habana a especializarse en Medicina Tropical, Salud Pública y Epidemiología. Desde entonces, cada año, ha pasado cuatro meses en la isla, alternando esas estadías con sus contratos en varios países de África y visitas a España. Un guión suyo fue seleccionado por el Festival de cine del la Habana, 2005. Realizó un taller de narrativa de la Cátedra Onelio Jorge Cardoso, del Centro de Estudios Iberoamericanos. Recibió una mención en el concurso interno del taller de la Universidad Central, Bogotá (2008).
Capítulo 4 de la novela:
Inés y Germán
¡Colombia!
Su familia se asustó, ni se te ocurra, es un país peligrosísimo, le dijo su
madre.
El hijo de Dominique,
mi amiga francesa, desapareció allí, fue un año de profesor a la Universidad
Javeriana y en vacaciones marchó a Leticia. Quería conocer la selva, las tribus
indígenas, el gran río, la Amazonía, y nunca volvió. Dominique estuvo dos años
allá buscándolo. Que si guerrilla, que si paramilitares, que si delincuentes
comunes, que si se lo tragó la selva, como al personaje de La Vorágine… Nunca
lo encontraron.
A Dominique la tratan
ahora en París de una profunda depresión.
No quiero que me
suceda algo parecido, recapacita, perder a un hijo, lo más terrible. Ya no te
tengo aunque estés vivo. Cada día te percibo más como un personaje de ficción,
un personaje de Patricia Higsmith, frío como un témpano, calculador. Tu tardía
adolescencia fue un tormento que nunca tuvo fin, me detestabas, respiraba tu
animadversión. Me golpeaste.
“Sí madre, sí. Un
puñetazo en la espalda en el piso de arriba, al borde de la escalera, que ruede
hasta el rellano, golpe perfecto”, describe Germán al psicólogo delante de su
madre, y cuenta cómo lo concibió: “No fue espontáneo, que le duela bien fuerte, pensé, que lastime pero
que no la mate, que lo sienta, que reflexione, que sea consciente del odio que
me inspira. Pero… que no vaya a perder la conciencia. Que lo sufra”.
Eso fue hace años,
ahora, que ya sabes lo que puedes hacer, calcularás mejor, sigue cavilando
Inés. Un golpe bien dado. Qué se mate, que se abra la cabeza con el borde de la
bañera y se desangre sin dejar huella del empujón que le propiné. Por detrás, a
traición. Arreglarás así tu propia vida. Desaparecerá la mujer que te la dio,
te la jodió, y desde su muerte te la solucionará. Alquilarás las casas
heredadas, venderás los coches y te irás a un país mucho más ecónomico que el
tuyo. Vivirás como siempre quisiste, sin obligaciones, rodeado de libros,
revistas, buena comida y mejor vino.
Tendrás hijos de los
que nunca sabré y que sentirán la falta de la abuela, esa mujer de la que les
hablarán quienes la conocieron. Nunca su padre. Gozarán de madre latina, de las
que a ti te hubiera gustado tener, no la sabihonda, la pesada, la coñazo, la
que te empuja por las calles, la que te quita espacio, la que felizmente murió,
o mejor, se mató. Quizás alguna vez escribas:
“El día que maté a mi
madre fui feliz. Fue el mejor de mi vida. No podía independizarme, no sabía
salir de ella. También ella quiso, deseó e intentó matar a otros seres de los
que no podía escapar. No lo hizo. Yo lo hice por ella. Se sentirá orgullosa de
mí”.
“¡Qué loca estoy!
Jamás tú harías algo semejante, me estoy convirtiendo de verdad en una
histérica obsesa”.
“¡No! No te me
desaparezcas ahora tú, no te vayas a un país tan violento, cuida tu vida, es lo
único que tenemos y, o la disfrutamos, o la perdemos viviendo sin vivir. Quiero
ayudarte, que te calmes, que no me odies, que estés cerca de mí. Sentir que me
quieres como ya lo sé, aunque no lo sienta”.